El susurro del café entre las montañas de Caramanta

En lo alto de las montañas de Caramanta, donde la neblina se posa como un suspiro sobre los cafetales, se encuentra la vereda Buenos Aires. Allí, en la finca El Pino, el tiempo parece detenerse para escuchar el murmullo del viento entre los árboles y el sonido pausado de los pasos de Wilson de Jesús Castaño Henao, un caficultor que vive su oficio con la calma y la ternura de quien ama lo que hace.

A 2.000 metros sobre el nivel del mar, crece un café de variedad Colombia, tan noble como la tierra que lo sostiene. Wilson cuida cada planta como si fuera un secreto compartido entre él y la montaña. Su mirada paciente recorre los surcos, reconociendo en ellos el fruto de su dedicación, conocimiento y perseverancia.

El aroma del café de El Pino anuncia su historia: notas de panela, chocolate y frutos rojos se entrelazan en una fragancia que invita a detenerse. En la taza, el sabor confirma la promesa: chocolate, almendras y dulzura prolongada, acompañados por una acidez cítrica que despierta los sentidos. Es un café que no solo se bebe, sino que se siente —como si la montaña misma contara su historia sorbo a sorbo.

Para Wilson, el café es más que un cultivo: es una forma de vida. Cada grano es un testimonio de su amor por la tierra, de su empeño en lograr calidad y de su fe en el trabajo bien hecho. En su finca, el amanecer siempre llega con esperanza, y cada cosecha renueva la certeza de que el esfuerzo, cuando nace del corazón, tiene aroma a café recién tostado.